martes, 3 de junio de 2008

RELATO

Todo empezó como cualquier día normal, maldiciendo el momento en que decidí matricularme en el turno de mañana. La noche se resistía a perder su eterna batalla contra la tímida luz de la mañana de invierno, y el frío, ayudado por la humedad de la espesa niebla, hacía de las suyas bajo el abrigo empapado.
.
Llegué a la rutina de mi destino diario esperanzado en que el frío no cruzara la puerta tras de mí. Con los cinco minutos de cortesía que siempre nos concedía empezó su clase, pero el entumecimiento de los dedos hacía imposible escribir con normalidad. Poco a poco los antiguos radiadores ayudaron con su calor, aunque el frío suelo mantenía su asedio.
.
Como cada mañana, todo discurría entre el silencio típico de la primera hora, la falta de sueño adolescente podía más que el deseo de evadirse con alguna gracia. Las risas y las reprimendas llegarían con el sol del medio día.
.
El monótono discurso no ayudaba a escapar de morfeo, los parpados se hacían cada vez más pesados, cuando de pronto, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. La actividad invadió mi cerebro, los ojos buscaron el reloj con la esperanza de poder arreglar con celeridad el entuerto en que yo sólo me había metido. Había cometido un error, era consciente de ello, y tenía que solucionarlo antes de que me descubrieran.
.
La campana del final de hora me dió la libertad necesaria para correr hacia la solución, solución que no encontraría dentro de aquellos muros. Tuve que volver al frío de la calle donde un débil rayo de sol me certificó que la noche había vuelto a perder su enésima batalla. Miré a izquierda y derecha, busqué la ayuda que necesitaba, pero allí donde entraba no encontraba más que decepción.
.
Sentí que todo estaba perdido, cuando frenético, encontré una solución que me pareció segura. Pero, Dios, la soledad de sus aledaños me hizo temer lo peor. Aún no había abierto sus puertas, no lo haría hasta las diez de la mañana y ya sería demasiado tarde, para entonces ya me habrían descubierto.
.
Fué en ese preciso instante cuando se cumplió el dicho, "la necesidad agudiza el ingenio", corrí hacia las escaleras de lo que se convertiría en mi última opción. Los escalones húmedos por el rocío desaconsejaban cualquier prisa que me jugase una mala pasada. Al fín llegué a la entrada, la antesala de mi destino final. Mis nudillos golpetearon con nerviosismo el cristal de la puerta que protegía a la señora que a la postre se convertiría en mi salvadora, la que me ofrecería no sin racanería la ayuda que salvó mi vida.
.
Un sudor frío cubrió mi rostro relajado. Ya todo era paz y tranquilidad. Ya podía volver a mi rutina diaria. Había conseguido evitar la vergüenza y la humillación pública. Jamás olvidaré la importancia que en un día de mi vida cobraron los Servicios Públicos de la Plaza del Duque.

8 comentarios:

Monchi dijo...

Ja,ja,ja,ja....
You´re simple the best....

Anónimo dijo...

Tú siempre iguá mi arma..... aunque tu poder de narrativa ha hecho que sintiese "ER ESCALOFRÍO" en primera persona.
Besos, cuando pase un ratito que ahora......Alex.

Kriegsmarine dijo...

Jajajajaja, me he partio, jajajaja,el que no te conozca y haya vivido esa misma escena, pero en directo, despues de esta narracion se la imaginara perfectamente,jajajajaja
Que m.m.n ers, no te cabe na !!!

Anónimo dijo...

Desde luego, lo que me reido.

Por cierto... muy bien escrito.

Reyes dijo...

jajajja, buenísimo.

Anónimo dijo...

Lo que a mi no se me borra de mi imaginacion es la pelea con la mujer del papel.


Ciao

Moe de Triana dijo...

¡Ole Nefer! que gracia que me ha hecho miarma.

Me voy que voy a hacé un mandaito.

¡Un saludasso!

el aguaó dijo...

El final pone la guinda de un pastel delicioso... aunque no se si el resultado del relato tendría las mismas características.

Extraordinaria entrada amigo nefer.

Un abrazo.