Los aplausos llenaron la sala por muchos minutos. Miré a ambos lados. Era verdad. Esos aplausos, esos maravillosos aplausos, debían ser para mí, todos me miraban sonrientes, a la vez que los aplausos se tornaban eterna ovación.
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Mamá siempre fue especial. Se sabía bella, jacaranda de flores azules, mujer distinguida, apreciada, altiva y señorial. Palisandro codiciado en todas las cortes de Europa. Orgullosa de sus hijos, nacidos todos de su musical vientre, educados y cuidados como príncipes que algún día serían reyes..
Educados y cuidados como príncipes, "algún día reinareis hijos míos" nos decía, pero siempre lo hacía mirando a mi hermano mayor. Perfecto en sus medidas, de cuerpo agil y grácil, brillante, capaz de enamorar con su voz, encerraba en su alma la armonía y el fuego del amor. Mi hermano mayor. Mi espejo.
.Cuentan en la corte, que el día de mi nacimiento, mi madre me sostuvo feliz en su regazo, al tiempo que daba gracias a Dios porque su hijo mayor, al que muchos llamaban "El Predilecto", tendría para siempre en mí al mejor de sus amigos, aquel que siempre a su lado, le ayudaría a ser grande. Siempre sería el hermano de mi hermano.
.Crecí rápido, y pronto descubrí que jamás sería como él, mi cuerpo desgarbado, mi semblante sombrío y mi voz grave, jamás serían apreciadas por aquellos "amantes" de la belleza que no saben donde empieza y donde termina ésta. Pero al menos podría estar junto a él. Cuidarle. Protegerle. Darle calor. Envolverle. Impedir que nadie osara mancillarle. Siempre su fiel escudero. Yo sería el árbol que le cobijara. Pero siempre a su sombra. Así sería mi vida junto a él. Él recibiría regalos, alagos y bendiciones. A mí me sobraría con el orgullo de ser su hermano. Él, el más elegante de todos, correspondería mi presencia con su luminosa sonrisa.
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Pero aquella noche cambió mi vida para siempre. La luna llena iluminaba la habitación en la que el humo de la velas recién apagadas jugueteaba con esa cadencia y ese olor tan especial y tan familiar. De pronto el silencio se vió acompañado con el inigualable timbre de su voz:
- Hermano, ¿eres feliz?
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Cuál sería mi respuesta sino un sí claro, rotundo y seguro. Tenía la fortuna de tener al mejor de los hermanos.
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Entonces, se incorporó de la cama, se sentó junto a mí y volvió a preguntarme, esta vez mirándome a los ojos - Pero ¿eres completamente feliz?
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Su insistencia le daba un nuevo sentido a la pregunta. ¿A qué se querría referir con ella? ¿Habría hecho algo mal? Lo sabía, había cometido un error. Me senté a su lado sin que me diese tiempo a poder hablar.
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- Te he estado observando. Tus movimientos. Tus gestos. Tu voz. Cada vez te pareces más a mí. Y me he preguntado que tal vez .....
.
- Por favor hermano, no te enfades. Jamás querría molestarte. Eres mi orgullo. Lo daría todo por ser como tú.
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- Ahí está el error, mi pequeño gran hermano. Eres importante como eres. No quieras ser como yo. Sé tu mismo. Pronto te presentarás en público como quien realmente eres, con todo tu explendor. Pronto podrás transmitir todo el sentimiento que llevas dentro. Te lo prometo.
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Qué quiso decir con aquello lo descubrí a la mañana siguiente. Cuando desperté él ya no estaba. Sobre el escritorio había una partitura. Nunca la había visto. La melodía era tan bella, que quedó en mi alma para siempre. Pero algo debía estar mal. Debía haber un error. ¿Concierto para Fagot, cuerdas y bajo continuo de Antonio Vivaldi?. Mi cuerpo temblaba tan sólo de pensar que aquello fuese cierto. Vivaldi. Antonio Vivaldi. Un concierto para Fagot. Yo, un joven Fagot solista. No podía ser.
.
Su mano se posó sobre mi hombro, con aquel cariño de siempre. - Siempre has querido ser como yo. Siempre has querido ser un Oboe. Pero eres un Fagot. Eres maravilloso. Mi hermano. Hijos de la misma madre. Capaz de enseñar al mundo cómo suena el amor. Mañana el solista serás tú..
La sala expectante. Gente que conocía. Y ellos, ¿me conocerían a mí?. Yo, desde mi atalaya de solista, podía divisarlos a todos. El público. La orquesta, mis amigos, y mi hermanos, sonrientes, con miradas de cariño y respeto me decían "tranquilo, eres grande". Y entonces todo empezó. Sin preámbulos. Aquella inolvidable melodía se quedó flotando en el aire para la eternidad. La música fluía por todos y para todos. Partitura innecesaria. Mis ojos cerrados, me llevaban por aquel maravilloso sueño, en el que éste Fagot, el hermano de Oboe, vivirá para siempre.
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Cuál sería mi respuesta sino un sí claro, rotundo y seguro. Tenía la fortuna de tener al mejor de los hermanos.
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Entonces, se incorporó de la cama, se sentó junto a mí y volvió a preguntarme, esta vez mirándome a los ojos - Pero ¿eres completamente feliz?
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Su insistencia le daba un nuevo sentido a la pregunta. ¿A qué se querría referir con ella? ¿Habría hecho algo mal? Lo sabía, había cometido un error. Me senté a su lado sin que me diese tiempo a poder hablar.
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- Te he estado observando. Tus movimientos. Tus gestos. Tu voz. Cada vez te pareces más a mí. Y me he preguntado que tal vez .....
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- Por favor hermano, no te enfades. Jamás querría molestarte. Eres mi orgullo. Lo daría todo por ser como tú.
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- Ahí está el error, mi pequeño gran hermano. Eres importante como eres. No quieras ser como yo. Sé tu mismo. Pronto te presentarás en público como quien realmente eres, con todo tu explendor. Pronto podrás transmitir todo el sentimiento que llevas dentro. Te lo prometo.
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Qué quiso decir con aquello lo descubrí a la mañana siguiente. Cuando desperté él ya no estaba. Sobre el escritorio había una partitura. Nunca la había visto. La melodía era tan bella, que quedó en mi alma para siempre. Pero algo debía estar mal. Debía haber un error. ¿Concierto para Fagot, cuerdas y bajo continuo de Antonio Vivaldi?. Mi cuerpo temblaba tan sólo de pensar que aquello fuese cierto. Vivaldi. Antonio Vivaldi. Un concierto para Fagot. Yo, un joven Fagot solista. No podía ser.
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Su mano se posó sobre mi hombro, con aquel cariño de siempre. - Siempre has querido ser como yo. Siempre has querido ser un Oboe. Pero eres un Fagot. Eres maravilloso. Mi hermano. Hijos de la misma madre. Capaz de enseñar al mundo cómo suena el amor. Mañana el solista serás tú..
La sala expectante. Gente que conocía. Y ellos, ¿me conocerían a mí?. Yo, desde mi atalaya de solista, podía divisarlos a todos. El público. La orquesta, mis amigos, y mi hermanos, sonrientes, con miradas de cariño y respeto me decían "tranquilo, eres grande". Y entonces todo empezó. Sin preámbulos. Aquella inolvidable melodía se quedó flotando en el aire para la eternidad. La música fluía por todos y para todos. Partitura innecesaria. Mis ojos cerrados, me llevaban por aquel maravilloso sueño, en el que éste Fagot, el hermano de Oboe, vivirá para siempre.