domingo, 13 de julio de 2008

EL RITO

Nadie sabía bien cuando llegaría el momento. Los mayores y las tradiciones siempre marcaban ese antiquísimo ritual por el que se atravesaba la gran puerta que, dejando atrás la niñez, daba paso a una vertiginosa adolescencia que desembocaría en la "ansiada" madurez. Yo no sería distinto, pero si al menos conociese el rito, nadie hablaba nunca de él, ni tan sólo aquellos que ya lo habían experimentado en sus propias carnes.
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Esa mañana de verano nada hacía presagiar aquel cambio en mi vida. Khepri había renacido revitalizado por el estío, pero la canícula que desprendía generoso era más propia del mismísimo Ra. Aquel muchacho a duras penas se podía defender de la luz tapando sus ojos cuando poderosa e inmisericorde entró la madre, como si fuera la temible Sekhmet en la peor de las batallas. Ya no había nada que hacer, la calle esperaba.
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El día avanzó sin sobresaltos hasta que de repente llegó la peor de las noticias, habría visita. Eso no podía significar otra cosa que nada de amigos, nada de bromas, nada de diversión, habría que estar en perfecto estado de revista para cuando ellos llegasen. Y llegaron, más pronto de lo que pensábamos. No en vano nuestra familia nunca fue reconocida por su excelsa puntualidad.
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Como de costumbre fuimos a aquel local donde servían cerveza fría y aquella bebida tan refrescante preparada con vino mezclado con naranja y/o limón, pero nada de eso probaría.
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Los más pequeños jugaban alrededor de las mesas, mientras yo permanecía en tierra de nadie. Mi bigotillo era signo inequívoco de que había dejado atrás la niñez, pero sentado entre mayores, con camisas de pico largo y patillas ellos, y batas abotonadas con ojos en aquel inolvidable celeste ellas, no podía hacer más que aburrirme mientras esperaba con impaciencia la salvadora llegada de un amigo. Pero la bellísima Athor no bendeciría mi existencia aquella noche.
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La comida tampoco sería liberadora, como siempre los pequeños no elegían y yo de momento estaba entre ellos. Así que ya me preparaba para la comida del imberbe, algo ligero que le permitiera comer mientras jugase sin perturbar la tranquilidad de los padres. Pero yo, ni jugaría ni comería, aquella carne atrapada entre dos imperceptibles rodajas de pan nunca sería suficiente.
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Fue entonces cuando el gran Hapi me honró con su fertilidad, se apoderó del espíritu de los mayores para ofrecerme la señal, estaba viviendo el ritual del abandono de la niñez, no se me cortaría ningún mechón, ni trenza, y continuaría incircunciso, pero tendría para mí sólo una pieza de pan, con su filete, su pimiento, su tomate y su jamon. Entró en nuestras vidas "El Serranito".
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Del bigotillo hablaremos otro día.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Seguro que ese día te comiste uno nada más? Seguro que no te caiste en la marmita de Serranitos? Seguro que no le pediste el pimiento a tu prima que lo estaba dejando en el plato?

1 Abrazo.

Ibrahím.

nefer dijo...

Al Serranito le pasa como a Mónica "Belushi", que no quieres empezar a comer y te quedas mirándo pensando, Dios mío de mi vida .....

1BESO.

Anónimo dijo...

No lo preguntes afirmalo este mamon se cayo en la marmita...


Ciao

el aguaó dijo...

Amigo Nefer, se puede decir más alto pero no más claro. Y sobre todo... no mejor. Has hecho un honroso y bello homenaje al magnífico plato/tapa serranito.

Que levante la mano el que no se haya comido alguna vez en su vida un serranito. Pero que la levante aquel que no ha disfrutado con los múltiples sabores en su boca...

¡Qué manjar!

Un abrazo amigo.

Anónimo dijo...

Tiene que dar gusto verte comer.

Un beso.

nefer dijo...

Ya has vuelto GLAUQUIUTA!!!!!

1BESO.