MI PRIMERA VEZ

Aquella noche de viernes de hace no pocos años, en aquel bar del callejón del parking, justo a mitad de la Cuesta del Rosario, donde había una hora feliz, muy feliz, se paró el tiempo. Es lo que suele ocurrir cuando nos tomamos unas copitas con un amigo y hablamos de quince mil temas.

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Fue aquella noche la primera vez que le hablé de ella, de su dulzura, de su ternura, de su belleza. Mi amigo, ario de la Calle Feria, quiso saber más de ella y comencé a contarle lo nuestro.

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No la conocí ni en el colegio, ni en el instituto, porque a los que yo fuí difícilmente iría alguien como ella. Tampoco era del barrio. En realidad nunca había conocido ni por asomo a alguien así.

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Lo nuestro fue como un milagro. Amor a primera vista. Salió de la nada para endulzar mi vida. Yo estaba asomado a esa ventana mágica que todos tenemos en casa cuando la ví pasar. Ella, que pareció sentirme, me miró, sonrió y se marchó sin decir nada. Jamás pensé que la belleza puediera provocar tanto desasosiego.

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Aquello no podía quedar así, al menos tenía que saber quién era, su nombre, su familia. Y la busqué, sabe Dios que la busqué, hasta que un buen día un gran amigo, que por desgracia para nuestra especie está al borde de la jubilación anticipada y forzosa, me contó quien era ella, su nombre e incluso el de su padre. Ya sabía cómo encontrarla.

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Decidido, seguro de lo que sentía por ella, aquel adolescente salió de casa para declararle su amor. Pero ella no aparecía. Pregunté por los sitios que frecuentaba, y nadie sabía nada de ella. Hasta que al fín la encontré, escondida, tímida, como una joya reservada sólo para mí. Como una diosa, su melodía abría aquel disco de Forlane Fioretti para fundirnos en un abrazo eterno que durará el resto de nuestras vidas.

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Asomaos a esta ventana y sentid cómo fue mi primera vez.